
La Pascua es la alegría de Cristo crucificado. Cristo, con su sangre, nos ha conseguido la adopción divina. Somos elegidos de Dios al ser bautizados y estamos destinados a la gloria, viendo al Señor y conociéndole, pero antes de eso tenemos que trabajar. Desde el Concilio Vaticano II los laicos hemos recibido en la Iglesia un encargo especial, la evangelización y la misión.
Toda aparición de Cristo crucificado acaba con una misión.
D. Antonio Pérez Alcalá nos habla sobre este tema.